¿Qué tengo que hacer? – Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

Cada domingo seguimos el itinerario del discípulo recibiendo las enseñanzas de Jesús. El domingo pasado nos explicó detenidamente el plan de Dios sobre el matrimonio. Jesús corrigió la enseñanza de Moisés y nos remitió al principio de la creación, es decir, lo que Dios tiene pensado sobre la unión del hombre y la mujer. En este domingo Jesús corrige la espiritualidad del Antiguo Testamento sobre las riquezas. Un joven rico sale corriendo al encuentro con Jesús en el camino.

Lo llama “maestro bueno” y está preocupado por ganar la vida eterna, por heredarla. Jesús le dice que guarde los mandamientos, en especial los mandamientos que hacen referencia al prójimo: no matar, no robar, no cometer adulterio… El joven ha guardado esos mandamientos desde niño y es mirado con cariño por Jesús. Con guardar los mandamientos se gana la vida eterna. Los israelitas que guardan los mandamientos tienen asegurada la vida eterna. Pero Jesús ha venido para hacer algo nuevo, mucho más que guardar los mandamientos. Ya es mucho cumplir los mandamientos. Si los hombres cumplieran los mandamientos viviríamos en paz sin sobresaltos, sin robos, sin mentiras, etc. Pero nos faltaría algo: conocer a Jesús, entrar en el Reino. Por eso Jesús le dice que le falta algo: vender lo que tiene, dárselo a los pobres y seguirlo a él.

Como era muy rico, se fue triste. También Jesús se quedó triste porque lo había mirado con cariño. Esa mirada de Jesús se vuelve ahora hacia los discípulos para hablarles de la dificultad de los ricos para entrar en el reino de Dios. En el Antiguo Testamento la riqueza era considerada como bendición de Dios: bendecía con tierras, con ganados, con buenas cosechas…

Jesús quiere que sus discípulos descubran la riqueza de seguirlo a él, la riqueza de conocerlo, la riqueza de déjalo todo por él y por el evangelio. Por riqueza hemos de entender el poseer tantos bienes que nos lleven a vivir en lo superfluo y concederse todos los gustos que le agradan. Este estilo de vida conduce a una idolatría de los bienes de consumo ignorando a los demás e incluso cayendo en la injusticia, robando o defraudando. Jesús nació pobre, vivió pobre y murió pobre.

El discípulo es el que está dispuesto a dejarlo todo por él y por su reino. Para eso hay que dejarse mirar por Jesús y entender que los bienes o riquezas no valen nada comparados con la riqueza del evangelio. Pidamos sabiduría par entender esto y llevar una vida digna, propia del discípulo que sigue al Maestro bueno. Bendecido domingo.

Fr. Jacinto Anaya, oar

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