Nosotros, ¿qué tenemos que hacer? – Domingo III de Adviento

“Regocíjate, Hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón”. Este tercer domingo de Adviento es conocido como el domingo de la alegría. La primera lectura invita al pueblo de Israel a alegrarse y a no tener miedo. Dios lo ha liberado de sus enemigos. El salmo responsorial canta la alegría de gozar de la presencia de Dios: “Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. San Pablo, a los fieles de Filipos, les dice: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca”. Esta es la razón por la que a este domingo se le denomina el domingo de la alegría, porque está cerca la venida del Señor. Y esta cercanía del Señor nos urge preparar caminos, enderezar senderos, allanar montes… Exige una conversión.

De la mano de Juan Bautista veremos el sentido de esta conversión y qué debemos hacer. El Bautista está en las orillas del Jordán. La gente presentía que estaba cerca la venida del Mesías y Juan aprovecha para exigir un cambio de vida. ¿Qué tenemos que hacer? es la pregunta que le hacen tres grupos de personas. Al primer grupo le dice que hay que compartir el vestido y la comida. Si tienes dos, da una. Si tienes comida, comparte. El vestido y el alimento son necesidades primarias. Nadie debe pasar frío o hambre. Es cosa de justicia. Después se acercan los publicanos para saber qué tienen que hacer. Juan les dice que no exijan más de lo debido. Por regla general se aprovechaban de los demás cobrando más para enriquecerse. Zaqueo será uno de ellos. Se acercan unos soldados. No eran soldados romanos, sino soldados judíos al servicio del rey Herodes. El Bautista les dice que no extorsionen, que no utilicen la fuerza y el poder para su provecho personal. Las respuestas de Juan el Bautista son concretas, de la vida real, relacionadas con el prójimo, con la justicia.

Cada uno de nosotros podemos preguntarnos qué tengo que hacer para una sincera conversión, cosas concretas relacionadas con los demás, con tu familia, con el trabajo, con la sociedad, con la comunidad cristiana. También debemos preguntarnos si nuestra vida es un verdadero testimonio de alegría y generosidad. Juan Bautista anuncia al que viene detrás de él, más fuerte y poderoso. Juan bautiza con agua, signo de arrepentimiento y preparación para aceptar al que viene. Nuestro bautismo exige de nosotros una sincera conversión, una vuelta a Dios. Trabajar por la solidaridad, compartir con los demás y nunca aprovecharnos de los otros y enriquecernos a costa del prójimo y, mucho menos, usar el poder para extorsionar, corromper y seducir a otros. ¿Qué tengo que hacer? Cada uno revise su vida y dé respuestas concretas. Sin una sincera conversión no habrá alegría. Seguimos esperando al Mesías. ¡Ven, Señor Jesús!

Fr. Jacinto Anaya, oar

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