
Hemos llegado al último domingo del año litúrgico y se cierra el ciclo con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Es como un resumen de toda una vida entregada por su reino cumpliendo el designio y la voluntad del Padre. Llama la atención que se proclame a Cristo como rey estando en la cruz. Él mismo, ante Pilato, dijo que era rey, pero no como los reyes del mundo, no, que imponen su reino por la fuerza de las armas. La fuerza de Cristo es su amor. La cruz es, por tanto, la prueba última y definitiva del amor de Dios a los hombres.
La cruz sigue siendo para muchos un motivo de escándalo, como para los judíos. No se entiende que Dios se deje crucificar por los hombres. La cruz es una locura de amor. Sólo desde el amor se puede entender la cruz.
Ante Cristo crucificado en el Calvario, san Lucas nos muestra un cuadro con un personaje central: Cristo. Pero hay otros personajes. Están los que pasan de largo, los que no tienen interés en ese que está en la cruz. Su vida sigue como si tal cosa. Están los soldados, los que tienen la fuerza, que se burlan de él, del débil y del pobre abandonado. Están los hombres religiosos, sacerdotes del templo que piden milagros. Reconocen que a otros ha salvado, pero piden que se salve a sí mismo. Jesús ha venido no para salvarse él sino para salvar a los demás. Le piden que se baje de la cruz: si eres el Mesías… La tentación de usar su condición de Hijo de Dios en su provecho. También están dos malhechores con actitudes diferentes ante Cristo. Uno reniega, maldice, le pide a Jesús que se salve y los salve. Busca salvarse primero él. Está la actitud del que hemos llamado el buen ladrón. Reconoce, en el último momento de su vida, que aquel crucificado es el Mesías, inocente, con poder no para bajar de la cruz sino para admitirlo en su reino. Nace una suplica maravillosa: acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Ante la súplica, Cristo Rey le ofrece el Paraíso, el perdón, la misericordia.
Ante la cruz, ante Cristo en la cruz, podemos pasar de largo, burlarnos, exigir milagros fáciles, y podemos también pedir perdón y misericordia. El Reino está preparado para los que han sido compasivos y misericordiosos, para los que creen en la fuerza del amor. Cristo es Rey, hoy, mañana y siempre. Su reino es vida, amor, justicia, paz, libertad y hermandad. Feliz domingo.
Fr. Jacinto Anaya, oar


