
Jesús ha comenzado su predicación, comienza su misión, la de proclamar la buena noticia de Dios. Vive en Nazaret y, como todos los sábados, acude a la sinagoga como lo hacían todos sus paisanos. El sábado era para Yahvé. Jesús se adelanta para hacer la lectura. Lee el libro del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido”. Es ungido para una misión. La misión será liberar a los cautivos, sanar a los enfermos y anunciar la buena noticia a los pobres.
El Ungido de Dios ha sido enviado a proclamar el jubileo, el año de gracia del Señor y la condonación de las deudas. Jesús dice: hoy se cumple todo lo que anunció el profeta. Se cumple en él, en su persona, porque él es el elegido, el ungido de Dios. En Cristo Jesús se cumplen todas las profecías del antiguo testamento. Ya no hay que esperar más: él es el Mesías anunciado y esperado.
Cuando escuchamos este pasaje del evangelio hemos de pensar en el Hoy de la salvación. Jesús pronunció esas palabras en Nazaret, pero se actualizan todos los días en la Iglesia. Cada día, en cada celebración, Jesús nos dice lo mismo que en Nazaret. Él fue enviado a anunciar la buena noticia, a sanar, a liberar, a proclamar la misericordia de Dios. Nosotros hemos sido ungidos también en nuestro bautismo, hemos sido enviados a anunciar la buena nueva de la salvación. Por eso, ese Hoy de Nazaret es un hoy presente, actualizado. Es hoy cuando hay que seguir proclamando el año de gracia del Señor, su presencia entre nosotros, en los pobres y afligidos, en los enfermos, en los atribulados, en los que han perdido su esperanza, proclamar que Cristo sigue actuando a través de cada uno y de la comunidad de la iglesia. Esta es la misión que tenemos cada día. En cada uno de nosotros se cumple la palabra del evangelio. Por eso cada celebración debe ser una celebración festiva, llena de alegría y gozo. Cristo, el Ungido de Dios, está presente. Feliz y bendecido domingo.
Fr. Jacinto Anaya, oar