¿Hacemos caso? – Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Retomamos el camino del discı́pulo después de un tiempo de vacaciones y reparar las fuerzas para el camino. Jesús, el Señor, vino al mundo para que conociéramos la verdad, la de Dios, la del hombre, la del sentido de nuestra existencia.

Hoy, Jesús nos cuenta una parábola, la del rico y Lázaro. Es curioso que el rico no tenga nombre y el pobre sı́. Lázaro es el diminutivo de Eleázaro, Eleazar, que significa “Dios le ayuda”. El rico sin nombre vivı́a una vida llena de lujos, de placeres. Su puerta siempre estuvo cerrada a los demás. Junto a su puerta estaba Lázaro, el mendigo, el pobre. Sólo los perros le hacı́an compañı́a. El rico no quiso saber nada del que estaba a su puerta mendigando. Los demás no contaban para él. Sus riquezas lo habı́an convertido en egoı́sta, insensible a los demás. Entre él y los demás habı́a un abismo grande. Pero resulta que Dios no se olvida del pobre, siempre sale en su defensa. La vida de los dos llega a su fin y el rico va a la miseria lejos de Dios y el pobre va a la riqueza de Dios. Aquı́ el abismo es grande entre los dos.

Hay varias enseñanzas en esta parábola: recuerda que mientras estamos en este mundo debemos escuchar al Señor, su palabra, el evangelio, la enseñanza de la iglesia. Muchas veces vivimos como el rico sin nombre del evangelio: despreocupados de los demás, insensibles e indiferentes al sufrimiento de los otros, especialmente de los pobres. Estamos en el mundo para aprender, para escuchar, para dejar que nuestra vida la dirija Dios y no el placer y el dinero. Seguimos sin hacer caso a pesar de las continuas llamadas de Dios. Después de la muerte ya no hay remedio, aunque resucite algún muerto. Cristo resucitó y seguimos sordos a su mensaje. Hay que recordar que nuestra vida eterna está condicionada por nuestro comportamiento en esta vida. Dios nos ha mostrado el camino por medio de su Hijo Jesús. Ese camino es el camino del amor, de la compasión, de la misericordia. El amor no es sentimiento, sino servicio a los demás. Que nunca seamos indiferentes al sufrimiento de los otros, que nuestra puerta no esté cerrada por el egoı́smo y la insensibilidad hacia los Lázaros de nuestro tiempo. Recuerda que Dios siempre sale en defensa del pobre y desamparado. Feliz y bendecido domingo.

Fr. Jacinto Anaya, oar

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