El árbol y sus frutos – Domingo VIII del Tiempo Ordinario

Continuamos escuchando a Jesús en el sermón de la llanura que comenzaba con las bienaventuranzas. Jesús quiere enseñar a sus discípulos el camino correcto para la convivencia entre los miembros de la comunidad de creyentes. Un ciego no puede guiar a otro ciego, nos dice. Para guiar hay que conocer el camino y tener limpio el corazón. Hay que aprender a ser como el Maestro y para eso se necesita humildad y dejarse guiar por él. No hay que fiarse mucho de las palabras, sino de los frutos. Por los frutos se conoce el árbol.

El salmo de este domingo reconoce que el hombre justo es como un árbol fuerte y estable que nunca dejará de dar buen fruto. En cuanto a la corrección dentro de la comunidad, primero hay que sacarse la viga que tienes en el ojo antes que querer quitar la mota del prójimo. Somos muy dados a los juicios, a las críticas, a las condenaciones. Ya nos lo decía Jesús el domingo pasado: sean compasivos y misericordiosos. En el tema de la corrección fraterna, hay que tener mucha humildad y pureza de corazón y reconocer que sólo Dios conoce de verdad el corazón. Jesús hace una fuerte llamada a evitar la hipocresía, entendida como incoherencia y pecado.

Somos como un árbol que debe dar fruto. La raíz del árbol debe nutrirse de Cristo Jesús, muerto y resucitado. San Pablo nos invita a mantenernos firmes, entregados a las obras del Señor convencidos de que nuestro esfuerzo no será en vano en el Señor. Si nuestra raíz es Cristo, daremos frutos buenos. Por los frutos nos conocerán. No se recogen higos de las zarzas ni se vendimian racimos de los espinos y cardos.

De la abundancia del corazón habla la boca. ¿Qué abunda en nuestro corazón? Si abunda la bondad saldrá a la luz. Si el corazón es bueno, los frutos serán buenos. Las lecturas de hoy nos invitan, pues, a examinar nuestras conciencias, nuestras vidas, nuestros corazones. ¿Qué clase de árbol soy? ¿Qué frutos doy? ¿Qué abunda en mi corazón?

Tarea: ser árboles que den buenos frutos. No juzgar, no criticar, aprender a ser como el Maestro, nuestro Señor. Dice Amado Nervo: “Cuando planté rosales, coseché siempre rosas”. Feliz domingo.

Fr. Jacinto Anaya, oar

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