Nos acercamos al final del año litúrgico que, como saben, no coincide con el final del año civil. En este domingo la Palabra de Dios nos habla de acontecimientos futuros con un lenguaje de signos en el cielo y de un final. Todo va a pasar: el sol, la luna, las estrellas, los imperios, etc. Sólo permanecerá la Palabra: “mis palabras no pasarán”.
Para los primeros cristianos este discurso de Jesús fue muy importante. Prueba de ello es que los tres evangelios sinópticos –Marcos, Mateo y Lucas– contienen este discurso. Para esos primeros cristianos, este discurso de Jesús fue sobre todo un consuelo y una esperanza. De eso se trata: todo tendrá un final, nosotros, el mundo, el sol, la luna, etc., pero no será un final catastrófico, sino de glorificación del Hijo de Dios. Los astros del cielo, adorados por los hombres, caerán. Los poderes del mundo a los que se someten los hombres caerán. La historia de la humanidad así lo demuestra. Al final se nos pedirá permanecer fieles y con la lámpara de la fe encendida. Terremotos y catástrofes ha habido siempre y los habrá. Dios no destruye, él es creador, él construye.
Cuando se escribe el evangelio de san Marcos hay una crisis terrible. Están siendo perseguidos los cristianos y la guerra judía contra el imperio romano llegará a su fin con la destrucción de Jerusalén el año 70. Guerras, revoluciones, persecuciones. También hoy se tambalea el mundo en que vivimos. No podemos poner nuestra confianza en lo pasajero, en la técnica, en las promesas de los políticos o en las informaciones manipuladas. Lo cierto es que al final triunfará la gloria del Señor. Si sus palabras no pasan, dejemos que sean ellas las que nos guíen por el camino. Si sabemos que hay un final no es para tener miedo, sino confianza. Dios nos quiere responsables y atentos a los signos de los tiempos. La higuera, cuando llega el invierno parece que ha muerto, que no tiene vida. Con la primavera comienzan a verse los brotes, es decir, tiene vida. Por mucho que pasemos por tribulaciones y cañadas oscuras, por muchas experiencias dolorosas, catástrofes y riadas, levantemos el corazón, porque el Señor camina con su pueblo.
Si las palabras del Señor no pasan, ¿qué hacemos para escucharlas y llevarlas a la práctica? La Palabra que no pasa nos ayudará a situarnos en la vida, a creer en la fuerza del amor, y poner nuestra esperanza no en lo pasajero, no en los ídolos, sino en lo que permanece para siempre. Dios no cambia, Dios no se muda. Feliz y provechoso domingo.
Fr. Jacinto Anaya, oar