
San Lucas comienza con las bienaventuranzas el “sermón del llano” que se distingue del “sermón del monte” de san Mateo que también inicia con las bienaventuranzas. Le interesa a San Lucas poner a Jesús junto a la gente, en el llano. Jesús está con los discípulos y una muchedumbre de todo el país, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. En ese momento, Jesús se dirige a todos, pero mirando a los discípulos. “Dichosos los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los que son odiados por los hombres”. Estas cuatro bienaventuranzas van seguidas de cuatro lamentos o malaventuranzas.
Las bienaventuranzas debemos entenderlas desde el Reino de Dios, la justicia de Dios y la confianza en él. No es que Jesús alabe la pobreza, el llanto, el hambre o la persecución. De ninguna manera. Se llama dichosos porque han entendido que su riqueza es el reino, que su riqueza es Dios. Los que lloran saben que Dios es el que consuela de verdad, el que enjuga las lágrimas, consuelo en la aflicción. Será Dios el que hará justicia al perseguido y lo defenderá. Con la llegada del Reino de Dios algo ha cambiado en el mundo. Jesús se ha hecho pobre, despreciado, hambriento, perseguido y es el modelo de bienaventurado. A los que acogen el reino se les llama dichosos y son ricos, los más ricos, porque han descubierto dónde está el tesoro. Han descubierto que pueden confiar en Dios que está muy cerca de ellos porque es Padre.
Nos dice la liturgia de este domingo: “dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Será como un árbol plantado al borde de la acequia y da fruto en su sazón”. En cambio, el que no confía en el Señor será como un cardo en la estepa. Es el que pone su confianza en la carne, en lo material, en el dinero, en el poder y la gloria.
Jesús nos llama dichosos si escuchamos su voz, si hacemos lo que le agrada , si confiamos en él, en su justicia, en su amor, si creemos y trabajamos por su reino. El que cree en Jesús, el que se deja guiar por él y no sucumbe al hambre de riquezas, de poder y de gloria es verdaderamente dichoso, y nadie le quitará esa alegría. Dará fruto como el árbol al borde de la acequia. Bienaventurados los que escuchan la Palabra y la cumplen. Feliz domingo.
Fr. Jacinto Anaya, oar