Ascensión del Señor: una nueva presencia

La Ascensión del Señor es una de esas tres celebraciones que antes se celebraban en jueves con toda solemnidad: Jueves Santo, Corpus Cristi y la Ascensión. Desde hace un tiempo, la Ascensión se celebra el domingo. En realidad, son cuarenta días desde la resurrección, pero no hemos de entender esta cifra como una sucesión de días, sino de un tiempo en el que los discípulos van creciendo en la fe y en la misión.

Seguro que a los discípulos les costó creer en Cristo una vez muerto en la cruz. Fue necesario un tiempo de catequesis, de experiencias con el resucitado que les mostró las llagas, les mostró su cuerpo glorioso, su espíritu. La ascensión es el fin de esa historia terrenal de Jesús, lo cual no quiere decir que no siga presente. Ya no lo volverán a ver como en las apariciones de la Pascua. Jesús concluye su historia en el Padre, glorificado, sentado a su derecha. También nuestra historia concluirá en el Padre.

San Lucas nos narra la Ascensión al final de su evangelio y al comienzo de los Hechos de los apóstoles. Hay algunas diferencias que podemos notar. En el evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo, los discípulos se postran y vuelven después a Jerusalén. En los Hechos no hay bendición, una nube lo oculta, los discípulos se quedan mirando al cielo y se les aparecen dos personajes vestidos de blanco. Nos fijamos más en el evangelio. Qué hermoso es que Jesús se despida de los suyos bendiciendo. Bendecir es “decir bien”, no sólo con las palabras, sino con los hechos. Jesús se va bendiciendo, les deja esa bendición que se traduce en alegría. Los discípulos vuelven a Jerusalén a orar y comenzar su tarea evangelizadora. Allí, en Jerusalén, en el templo, empezó el evangelio con Zacarías.

Se nos invita hoy a la tarea evangelizadora. Jesús cumplió su misión. Ahora nos toca a nosotros ser testigos de la alegría y de sus nuevas presencias. Jesús no abandona la tierra, no, pero nos invita a trabajar con la mirada puesta en el cielo, a donde hemos de llegar. Hoy, Jesús asciende ente aclamaciones, como dice el salmo. Nos deja su bendición que nos acompaña. Descubrir su presencia en los que sufren, en los abandonados, en los enfermos, en los que trabajan por la paz, en los que aman y perdonan, en la iglesia y en los sacramentos. La Ascensión es terminar en Dios y es una fiesta de alegría y de esperanza. Cristo Jesús nos espera, hay que bendecir y trabajar por su reino dando testimonio de que él sigue estando con nosotros. Nos quedará siempre su bendición. Feliz día de la Ascensión.

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