
La liturgia de este domingo quinto del tiempo ordinario nos presenta el tema de la llamada divina. En la primera lectura Isaías se encuentra en presencia del Señor. Siente temor ante el Señor. Él se siente indigno. Pero un serafín purifica sus labios y borra el pecado. Ante la llamada del Señor, dice: Heme aquí, Señor, envíame.
Lo mismo o parecido sucede en el evangelio de San Lucas en el relato de la pesca milagrosa. Ha sido una noche en la que los discípulos no han pescado nada. Jesús mira a Simón y le ordena echar las redes. Obedecen todos y echan las redes y obtienen una pesca más que abundante. Ante este hecho maravilloso, Simón Pedro no aplaude la acción ni da saltos de alegría por la pesca milagrosa, sino que se echa a los pies de Jesús: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. La palabra maravillosa de Jesús: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Lo deja todo y sigue a Jesús.
También san Pablo, que había perseguido a los cristianos, sabe que es indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce que la gracia de Dios ha hecho maravillas y, a pesar de sus limitaciones, le ha encomendado la tarea de predicar el evangelio. Estas tres experiencias nos hablan de un encuentro auténtico con Dios en el que se reconoce la pobreza y lo poco que es el hombre, sus limitaciones, su pecado, pero, a pesar de esto, el Señor transforma la vida del hombre y lo llama a seguirlo. Hoy nos vuelve a llamar Jesús a todos a ser de verdad pescadores de hombres, hablando de Dios, sin miedo ni temores, anunciando que sólo Jesús es el que salva, el que trae la salvación al género humano. Remar mar adentro, en este mundo, y hacer siempre caso a la palabra de Jesús: “Echa las redes”, “no tengas miedo”. El Señor necesita de nosotros para extender el mensaje de salvación. Nadie es digno, pero él nos hace dignos con su gracia y con su amor. Hombres y mujeres que le digan SÍ a Cristo Jesús y estén dispuestos a dejar las barcas y seguirlo. Feliz y bendecido domingo.
Fr. Jacinto Anaya, oar