Al principio no fue así – Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

Jesús, en su camino hacia Jerusalén, sigue instruyendo a sus discípulos. Les ha hablado de quién es el más grande en el reino de los cielos: el que sirve. En este domingo nos invita a revisar y a iluminar desde el Creador la realidad del matrimonio. Los fariseos se acercan con el afán de ponerle trampas. Están preocupados por la legalidad. ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer? ¿Es lícito el separarse, el divorcio? En primer lugar, Jesús les pregunta sobre lo que dice la ley. Moisés permitió dar un certificado de repudio, despedir a la mujer. Pero Jesús aclara que lo que manda la ley tiene su origen en la dureza de sus corazones. Era un mal menor. La mujer, con su certificado, podía volverse a casar. Pe-ro al principio no fue así. En el libro del Génesis está detallado el plan de Dios sobre el hombre y la mujer, creados por él, iguales en dignidad y llamados a formar una sola carne, no sólo en sentido físico sino una identidad global de espíritu y cuerpo, una experiencia de comunión. Este es el plan de Dios altera-do por la dureza de los corazones.

¿Qué propone Jesús? Que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Se ele-va la unión del hombre y la mujer a sacramento, un signo de amor y fidelidad. En él se refleja el amor y la comunión de la Trinidad. Y, por consiguiente, el amor es fiel como fiel es Dios.

No podemos negar que el matrimonio entre el hombre y la mujer pasa por momentos difíciles y de crisis. Pero hay que aclarar que, no sólo está en crisis el matrimonio, sino la misma sociedad en la que vivimos. Está en crisis el matrimonio, la familia, las relaciones laborales, la política, el modelo económico, etc. Las ideologías y el relativismo moral rondan por doquier. La pregunta busca una respuesta: el matrimonio está unido a la fe. En la medida que no hay una referencia a Dios, en la medida en que la sociedad rechaza o se aleja de Dios, se resquebrajan los cimientos del matrimonio, de la familia, de la sociedad y de la convivencia.

Nos queda volver la mirada al plan de Dios sobre el hombre y la mujer, rezar por la fidelidad (el amor es fiel) de los esposos y no dejarse llevar por doctrinas y criterios vanos que, en vez de fortalecer, destruyen la convivencia. De lo que se trata es de unir y no de romper. Que Dios bendiga a los esposos y sus familias. Feliz y bendecido domingo.

Fr. Jacinto Anaya, oar

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