El llanto de Jesús – Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

Estamos llegando al final del año litúrgico y las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar en el final personal y en el final de la historia.

No es fácil entender el lenguaje llamado apocalíptico, con imágenes, metáforas y símbolos. En el evangelio de san Lucas se nos habla de guerras, hambre, terremotos, catástrofes. Veamos lo que hay en el fondo de este relato del evangelio. Jesús y sus discípulos contemplan la ciudad de Jerusalén, ciudad de paz. Los discípulos admiran la hermosura del templo, torres, palacios. Jesús indica a sus discípulos que eso que ven será destruido, el templo, la ciudad. El año 70 Jerusalén fue destruida por los romanos.

Para Jesús lo importante eran las personas, sus paisanos. No le importaba la belleza de las piedras; quería que aquel pueblo abriera su corazón a Dios, a su reino. Por eso, antes del evangelio de hoy, san lucas nos había dicho que Jesús lloró contemplando Jerusalén. Lloró porque no supo ver la hora, ni el día de la salvación que el profeta de Nazaret traía consigo. Hoy, seguramente, Jesús lloraría contemplando la vida sin rumbo y sin sentido de mucha gente, incluidos los cristianos.

Habrá guerras, revoluciones, etc. Todo eso tiene que pasar, pero lo importante es preguntarse por el sentido de la vida, por el principio y por el final. Por supuesto que habrá un final personal y un final de la historia. Pareciera que estas cuestiones no le interesan a gran parte de la sociedad. Se vive sin pensar, guiados por apetitos o doctrinas de todo tipo, lejos de la verdad, según modas o gustos. Otros piensan que venimos de la nada y vamos hacia la nada. Jesús dice: “cuidado, que nadie os engañe”.

Jesús sigue siendo la respuesta. Jesús sigue siendo el camino, la verdad y la vida. Desde el comienzo de nuestra vida somos de Dios y, al final, descansaremos en él. Se nos pide vida interior, oración, y perseverancia en medio de las persecuciones, de las violencias, de los ataques. El llanto de Dios es un llanto de amor por nosotros. Él sigue confiando en el hombre. Al final, el mal será condenado y el bien brillará como el sol.

Todo terminará bien, en Cristo el Señor. Pero, mientras esperamos confiadamente, san Pablo nos invita hoy a trabajar, a esforzarnos, a vivir santamente en las familias, en la sociedad, a ser cristianos comprometidos con el mundo, con los pobres, los marginados, los desplazados, emigrantes, etc. Dios ha puesto el mundo en nuestras manos no para destruirlo, arrasarlo, no, sino para que construyamos con él el reino del amor, de la paz. No tengamos miedo. Pero sí hemos de ser responsables, sabiendo que hay un final. Feliz domingo.

Fr. Jacinto Anaya, oar

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio