
El día 1 de noviembre celebramos la solemnidad de todos los Santos, que nos invita a elevar la mirada al cielo y meditar en la vida divina que nos espera. Son una multitud inmensa que nadie puede contar, de todos los lugares y lenguas. Los santos son el modelo a seguir, son los que han entendido que la santidad es haber vivido en toda su dimensión el sacramento del bautismo, es decir, muertos al pecado y vivos para Dios. Son los que han creído y vivido en el amor. El cristiano ya es santo por su bautismo, pero a la vez debe llegar a serlo, uniéndose cada día más a Cristo. Nuestra tarea es esa: llegar a ser santos.
A esta fiesta de Todos los Santos le sigue la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. Los paganos llamaban necrópolis, ciudad de los muertos, al lugar donde enterraban a sus difuntos. Los cristianos emplearon la palabra cementerio, que viene del griego, coimeterion, lugar de dormir, lugar del reposo, en espera de la resurrección. En sus tumbas se colocaron inscripciones de esperanza, con la presencia de la cruz. Depositaban allí sus difuntos en la comunión de la iglesia en la espera de la resurrección.
En esta fecha no sólo recordamos, sino que rezamos, oramos por nuestros difuntos porque ellos viven en Cristo, con él y en él. Nuestros difuntos viven, Dios es un Dios de vivos, no de muertos, como nos dice Jesús en el evangelio. En esta fecha se nos invita no sólo a recordarlos, sino a hacer memoria agradecida. Ellos nos dieron el gran tesoro de la fe, el don maravilloso de la vida, el ejemplo de trabajo y superación. Ellos nos marcaron el camino a seguir, un camino de amor, de fe y esperanza. Un camino de santidad.
No es un día de tristeza, sino un día de acción de gracias porque ellos son el testimonio de que la esperanza no defrauda, como escribió el Papa Francisco en la convocatoria del jubileo de 2025. Jesús nos prepara sitio, nos llevará con él y donde él está, estaremos también nosotros. Qué hermoso es que en la Eucaristía ofrezcamos nuestra oración por los difuntos. Vivimos en comunión con ellos y ellos interceden ante Dios por nosotros, todavía peregrinos, para que no perdamos de vista nuestro destino hasta descansar en Él. Que nuestros difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz y, desde el cielo, nos ayuden a ser santos. Amén.
Fr. Jacinto Anaya, oar


