
Celebramos este domingo la fiesta de la Purificación de la Virgen María y la presentación del Niño Jesús en el templo. Es una fiesta muy singular que ha quedado en la memoria del pueblo, la fiesta de la luz, de la Candelaria. Tanto es así que este domingo da paso a esa celebración.
Han pasado cuarenta días desde el nacimiento de Jesús. Ahora hay que cumplir con la ley de Moisés. Esta familia es obediente y respetuosa con la ley y la cultura hebrea. Llegan al templo en silencio, no hacen ruido. Traen la ofrenda de los pobres, dos tórtolas o dos pichones. No se presentan a los sacerdotes y levitas o funcionarios del templo. Se presentan ante Dios. Hay que rescatar al primogénito, como mandaba la ley. Presentan al hijo Dios al Padre Dios. Es la mejor ofrenda que, además, se prolongará toda la vida: obediencia y entrega al Padre. María y José saben todo de aquel niño, pero así cumplen la tradición y la ley.
Dos personajes aparecen: Simeón y Ana. Ancianos los dos, cargados de años de espera, de servicio al templo y a Yahvé. A pesar de los años, no han perdido la esperanza. Estos dos ancianos representan las esperanzas del pueblo de Israel, de los pobres de Yahvé. Simeón toma al Niño en sus brazos y bendice a Dios. Ya no necesita más, ahora puede morir en paz porque sus ojos han visto al Salvador. Esta es la grandeza de los pobres de Dios: saben ver lo que notros no ven. Simeón proclama que aquel Niño es luz para alumbrar a las naciones, no sólo al pueblo de Israel. Ese Niño dirá más tarde: “yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en las tinieblas”. El cristiano es hijo de la luz.
Hoy, en medio de este mundo nuestro, hay que volver a proclamar que Jesús es luz para las naciones. Una luz que ilumina la oscuridad y las noches oscuras de la humanidad. Somos Iluminados por esa luz. Pero también podemos rechazar la luz y vivir en las tinieblas. Viviendo en la luz damos gloria a Dios.
Este día se celebra la jornada de la vida consagrada que tiene como lema “peregrinos y sembradores de esperanza”. Es una oportunidad de oro para rezar y también recordar a tantas personas consagradas que en todos los rincones del mundo se entregan a la causa del evangelio desde el silencio y el trabajo silencioso. Recemos por la santidad de los Consagrados.
Fr. Jacinto Anaya, oar