Del agua al vino – Domingo II del Tiempo Ordinario

Nos presenta hoy la liturgia el evangelio de San Juan que nos narra el milagro de las bodas de Caná. En la Sagrada Escritura se recurre muchas veces a la figura de la boda para expresar el amor de Dios, esposo, a su pueblo, a la humanidad. La boda es figura de los tiempos mesiánicos. En el relato de san Juan sólo Jesús tiene nombre. Está la madre de Jesús, sus discípulos, los novios, los criados, el mayordomo. San Juan no pronuncia nunca el nombre de María. Quizás nos impresiona la escena, el milagro, pero detrás del milagro, el signo, hay una enseñanza profunda. En Caná de Galilea se da una manifestación que debemos unir a las manifestaciones o epifanías anteriores: ante los Magos, y el bautismo. En Caná Jesús manifiesta su gloria.

En las bodas hay alegría, hay fiesta, hay comida, hay vino. No se concibe una fiesta en Israel sin el vino. Pero en esa boda, en esa relación de Dios con su pueblo, se ha agotado el vino. Se ha perdido la alegría, el gozo, el amor. La antigua alianza, la de Moisés, ya ha perdido su sentido de fiesta y de amor entre Dios y su pueblo. Todo el culto se ha quedado en lo ritual, es decir, en lo externo, en purificaciones y ritos. Eso es lo que significan las seis tinajas de agua. Seis es el número imperfecto, además, las tinajas son de piedra, haciendo alusión a la ley de Moisés escrita en piedra. Se había perdido ese amor primero, el culto se había quedado vacío.

María se da cuenta, es decir, sabe que con su hijo hay una nueva relación de Dios con su pueblo. “No tienen vino”. Jesús habla de su hora, que no ha llegado. La hora de Jesús será en el sacrificio de la cruz. Pero se produce el signo. Hay que llenar las tinajas de agua para que Jesús haga el milagro. El agua es necesaria, pero Jesús la transforma en vino, es decir, la antigua alianza se transformará en el banquete del Reino, el vino nuevo de la fiesta, las bodas del Cordero.

En este domingo sería bueno revisar nuestra vida, porque puede ser que se haya quedado como el agua en las tinajas de piedra. Nos falta alegría y gozo, darnos cuenta que sólo estando el Novio, Cristo Jesús, habrá un tiempo nuevo, nueva evangelización, más participación, más vida cristiana. Estamos invitados a las bodas del Cordero, con el vino nuevo que necesita un corazón nuevo. El mayordomo, representando a Israel, no sabía de donde había salido el vino bueno. Los sirvientes sí lo sabían. Que nosotros no olvidemos que el vino bueno y nuevo, la alegría, el gozo y el amor, vienen cuando Cristo Jesús está presente. Todos estamos invitados a la Boda, al banquete del Reino. Feliz domingo para todos.

Fr. Jacinto Anaya, oar

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