Reflexionábamos el domingo pasado sobre “el Dios que viene, que está viniendo”. Es la gran novedad de la cercanía de Dios, pero esa venida, esa cercanía, se realiza gracias a María de Nazaret. Por medio de María Dios se hace uno como nosotros. Por medio de María nos llega la gracia que Eva nos arrebató. Hoy, en medio de este caminar del adviento, celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción. No hay mejor manera de prepararnos para la venida del Señor que fijarnos en María y cómo ella acoge la Palabra y se hacer servidora.
La buena noticia comienza con el saludo a María y se le invita a la alegría. Alégrate, llena de gracia. Es la invitación a la alegría, esa alegría que perdió Eva y que ahora se recupera en María. Dios quiere que los hombres se alegren porque ha tenido compasión y misericordia para con nosotros. La alegría será también el saludo a los pastores en Belén.
María es la llena de gracia, limpia de todo pecado. Así quiso Dios que fuera la madre de su Hijo. Ella, llena de gracia, nos invita hoy a dejarnos llenar de la gracia y de la vida de Dios. María acoge la Palabra, cree en la Palabra. “Dichosa tú que has creído”, le dirá Isabel. Te has fiado, has confiado en la Palabra. Acoger la palabra es dejarse transformar por ella. “Dichosos los que escuchan la palabra y la cumplen”, dirá su Hijo Jesús.
“Aquí está la esclava del Señor”, dice María. Se convierte para siempre en la servidora, en la esclava, en el modelo de obediencia y colaboración en el plan de salvación. No es una esclavitud como la del mundo, que somete, quita libertad, castiga, no. Ser la esclava del Señor es ponerse totalmente a su servicio, es aceptar su plan, es dejarse poseer por Dios y dejarse amar y seducir por él.
Nos falta mucho, quizás, para ser limpios e inmaculados como María, pero, si dejamos que ella nos acompañe en este camino de adviento, podremos ir arreglando la casa del corazón, limpiando, quitando las telarañas del pecado, dejándonos amar por Dios que es de verdad el árbol de la vida. Aprendamos de María a proclamar las grandezas de Dios, no las del mundo, y hagámonos esclavos unos de otros por amor. Dios te salve, María, llena de Gracia, el Señor está contigo. Felicitamos a todas las mujeres que llevan este precioso nombre de Inmaculada. Que María, la llena de gracia, nos acompañe en nuestro caminar.
Fr. Jacinto Anaya, oar